Varios vecinos de la calle Estrada al 900 charlan por lo bajo en la vereda, menean la cabeza incrédulos, y miran la casa de dos plantas, ladrillos a la vista y rejas por todas partes. “Pobre Don Mario, pobre Don Mario”, es la lacónica frase que resuena junto a un interrogante que les da pánico: “¿Fue la chica que lo cuidaba la que lo entregó?”
Esta zona de Parque Chacabuco se caracteriza por las casas bajas y añosas, frondosas arboledas, poco tránsito y una atmósfera muy familiar, que podría tratarse de un barrio costero de Santa Teresita o Miramar. “Acá todos nos conocemos, todos somos hijos y nietos de quienes viven o vivieron de toda la vida. Tenemos un chat en el que estamos comunicados y por lo general reina la calma. Lo que pasó aquí enfrente no tiene nada que ver con la actualidad del barrio. Hay rateros, sí, pero nunca un muerto que yo recuerde”, dice Liliana Finaroli, que luce atemorizada.
Don Mario era Mario Villanueva Moure (79), jubilado español, ex empleado de la aerolínea Iberia, viudo, con dos hijos y que padecía las secuelas motrices de un ACV, que murió en la madrugada de este lunes, luego de que dos ladrones ingresaran a su casa. Mario, que estaba con una cuidadora, fue encerrado en una habitación, y la situación le habría provocado un infarto que le costó su vida.
La cuidadora, que no era “la titular” y que habría estado reemplazando a un familiar, es una joven de 20 años y en ella están depositados todos los ojos de la investigación.
“Es muy raro, para mí es la entregadora, la que hizo meter a los dos chorros a la casa. Si no hay ninguna ventana rota ni puerta forzada, ¿¡me querés decir cómo hicieron!? Yo con esa piba hablé largo rato y la verdad es que no me cerraba por ningún lado. Estaba a los gritos, pero te juro que no le vi desesperación, parecía un acting“, analiza Florencia Petrone (43), cuya casa está pegada a la de la víctima.
Según la investigación policial a la que tuvo acceso Clarín, la joven seguía demorada al cierre de esta edición, pero su calificación procesal se modificaría a calidad de detenida. “Los dos delincuentes están identificados, uno es el cuñado (de la cuidadora) y el otro es un amigo“. Las conjeturas llevan a “cuidadora suplente” a ser cómplice y entregadora.
No era un detalle menor la sospecha de Petrone, que es psicóloga, y pasadas las tres de la mañana saltó de su cama alertada por los gritos y salió al balcón de su primer piso.
“Escuché a una chica que pedía ‘auxilio’, ‘ayuda’ repetidas veces. Cuando me asomé, le pregunté qué pasaba y me dice: ‘Bajá, ayudame, es Don Mario, prestame tu teléfono, que quiero llamar a mi abuela’, que deduje que sería la que trabajaba fijo con Mario. A mí no me convenció para querer bajar y darle una mano. Yo conozco el barrio de toda la vida, ni hablar a Don Mario, y esta chica me hablaba de Mario con conocimiento de causa. ‘Vos quién sos’, le pregunté y me dijo que lo estaba cuidando. Raro”.
Mario Villanueva era de esos vecinos ilustres, querido y conocido por todos. Hacía pequeñas caminatas matutinas, a paso lento, siempre acompañado y aferrado a su bastón trípode. Desde que lo atacó un ACV hace una década, su movilidad quedó muy afectada.
“Junto a su mujer Cristina hacían un hermoso matrimonio. Ella murió, después él tuvo el accidente cerebrovascular y se fue a pique. Pero siempre estaban sus dos hijos, Diego y Rafael, que le daban una mano”, hace saber Petrone todavía en shock. “No caigo, sabés, no puedo creer que no lo voy a ver más. Un tipazo, siempre atento, solidario, un referente del barrio, con quien se podía contar para lo que fuera”.
Petrone no recuerda con exactitud, pero el diálogo que tuvo desde su balcón con la joven demorada fueron largos minutos, hasta que llegó la policía cerca de las tres y media.
“Mientras yo hablaba con ella, llamé al 911, para que mandaran un patrullero. Pero en un momento, cuando la piba me vuelve a gritar que entraron dos chorros, me llamó la atención, porque la casa de Don Mario tiene rejas por todos lados. ‘Entraron por arriba, entraron por arriba’. A mí no me cerraba, mi hipótesis era que ella estaba más del lado de los chorros. Y lo último que me dijo fue: ‘Puede bajar, señora, Mario está tirado en el piso, ensangrentado y con los labios morados’. Ahí dudé, pero justo llegó la policía”.
Así como muchos vecinos decidieron salir, otros tantos se encerraron y bajaron las persianas que dan a la calle. “Tengo miedo, prefiero hablar así, ¿qué quiere?”, pregunta Raquel, que asoma un ojo por una madera destartalada de ventana. “¿El barrio? En el último año está peligroso, no es lo que era, aquí siempre hubo tranquilidad. Pero hace poco también hubo un asesinato cerca, en el límite con Bajo Flores, una zona poco confiable y muchas veces la ligamos de rebote”.
“¿Murió Don Mario, mamá?”, pregunta con insistencia una chica de diez años, a Luciana Finaroli, que habla con Clarín. “La de Mario es una pérdida enorme para el barrio, ni hablar para sus dos hijos, que hoy los vi y estaban deshechos… Nos mataron a un caballero, a un señor que siempre respondió cuando se lo necesitó. ¿Sabés? Una vez jubilado en Iberia empezó a fabricar los kits que la aerolínea le ofrece a sus pasajeros de primera clase. Siempre trabajando y rebuscándoselas, junto a su mujer eran inseparables, la verdad que esto es aterrador”.