No se puede procesar a alguien por encubrimiento cuando el hecho que supuestamente se encubrió –el llamado “delito precedente”– no está en condiciones de “ser perseguido” ya sea por prescripción, indulto o amnistía.
Corto, al pie, contundente, sin vueltas ni metáforas, el juez de Instrucción N° 56 Alejandro Litvack dijo en unas pocas páginas lo que ya se veía venir: que salvo contadísimas excepciones contempladas por la ley, el crimen de Diego Fernández (16) no puede tener un trámite judicial. La razón: pasaron más de 40 años desde de que lo mataron y en todo ese tiempo no hubo un solo acto que detuviera o pausara el reloj de la prescripción.
La principal consecuencia de esto –el sobreseimiento de Cristian Graf (59)– cayó este lunes como un balde de agua fría en la cabeza de los familiares del joven asesinado. “Es algo que no se puede creer. No tengo palabras. Mucha impotencia, mucha bronca. Es muy complicado para nosotros. Esta familia se cagó de risa 41 años de nosotros y ahora se sigue cagando en nosotros y en toda la sociedad”, le dijo a Clarín Javier Fernández, hermano menor de Diego y querellante en la causa representado por los abogados Hugo Wortman Jofre y Tomas Brady.
Y adelantó que apelará.
Puede parecer dogmático pero es la ley: la prescripción opera a los 12 años para delitos con hasta 25 años de prisión –como por ejemplo el homicidio– y 15 años para los que tienen “perpetua”, como el homicidio agravado. Los números corren a favor de Cristian Graf y son un mazazo en el fallo del juez.
Pero Litvack no se limitó a hacer cálculos (en este caso bastante sencillos). Si Cristian Graf tuvo actos de encubrimiento –incluso a partir del hallazgo del cuerpo el 20 de mayo pasado– el juez no los ve. No coincide con el planteo del fiscal. Martin López Perrando.
Para el juez, Graf no tuvo posibilidad de interferir en el desarrollo de la investigación y es bastante discutible que incluso lo haya intentado.
Dice Litvack: “Pero hay más. Aún en el hipotético caso que hoy en día consideráramos la posibilidad que se encuentra vigente la acción penal respecto del delito de homicidio de Diego Fernández, entiendo que el accionar que le fue atribuido al encausado deviene manifiestamente atípico lo que llevaría a la adopción del mismo temperamento exculpatorio”.
Para el juez Graf “no mintió o confundió a quienes comenzaron con la investigación del hecho, dando pistas falsas para desviar la pesquisa, sino que fueron simplemente expresiones realizadas a otras personas que, más allá de poder dar su testimonio en autos –lo que finalmente hicieron–, no podían de ningún modo poner en peligro aquello que ya se había comenzado investigar.
Triste, duro, para algunos “injusto”, el fallo de 24 paginas que favoreció a Cristian Graf no tiene muchos puntos flacos, aunque la fiscalía y la querella ya adelantaron que apelarán la decisión a la Cámara.
No es fácil digerir que un chico de 16 años asesinado en julio de 1984 –desaparecido durante 41 años y cuyo cuerpo finalmente fue encontrado de casualidad en el jardín de una casa– no obtenga Justicia.
Pela los nervios que su familia no pueda investigar a través de la Justicia –que siempre ninguneó el caso como “fuga de hogar”– qué pasó con Diego tras irse de la casa de sus padres la tarde del jueves 26 de julio de 1984 comiendo una mandarina y prometiendo volver para la cena.
El juez fue lapidario en su resolución:
“Si se hiciese el ejercicio práctico de imaginar que pueda llegar a determinarse que alguna persona sea imputada del homicidio, el único supuesto que podría llegar a interrumpir el curso de la prescripción sería la comisión de otro delito y teniendo en cuenta que la fecha de inicio de la prescripción debiera computarse desde el 26 de julio de 1984 o fecha cercana, difícilmente a la fecha continuaría vigente la acción del mismo, precisamente por, como vimos, que ya han pasado dos o tres períodos del plazo legal estipulado “.
Tal vez la querella y la fiscalía encuentren algún atajo y puedan dar vuelta el destino de la causa. Tal vez logren resucitar el expediente o llevar adelante un juicio por la verdad.
Por lo pronto Graf, triunfal, salió a la puerta de su casa y habló como nunca antes, muy relajado.
