El camino les llevó dos años y medio. Cuando creyeron que habían logrado justicia por el femicidio de Ana Calfín (38), después de que un jurado popular considerara culpable a Miguel Vargas Nehuén (29), siguieron meses de angustia: por una insólita decisión judicial, el asesino se escapó a Chile y estuvo prófugo 20 días. Pasaron cuatro meses hasta que pudieron extraditarlo y ahora lo condenaron a perpetua.
El camino fue largo y enrevesado: el 14 de abril terminó el juicio y un jurado popular dio su veredicto. Confirmó que Vargas Nehuén era culpable de “homicidio agravado por mediar violencia de género“.
Según establece la Justicia de Chubut, el jurado dicta el veredicto de culpabilidad y el juez técnico es quien decide qué pena le cabe por ese delito en una audiencia de determinación o cesura.
Lo cierto es que Vargas Nehuén llegó a juicio con prisión domiciliaria y el juez Daniel Novarino lo dejó regresar a su casa, como si nada hubiera pasado, después de conocer la resolución del jurado.
Al día siguiente debía presentarse para que definieran la calificación legal y la pena correspondiente en la audiencia de cesura pero, sabiendo que se enfrentaba a la perpetua, el femicida se escapó hacia Chile, donde estuvo casi tres semanas.
Fue capturado el 4 de mayo en la comuna de Castro, en la isla de Chiloé, en Región de Los Lagos, al sur del vecino país. La detención estuvo a cargo de la Brigada de Investigaciones de Esquel, Interpol y la Policía de Investigaciones de Chile.
El miércoles 20 de agosto lo extraditaron y se lo entregaron a la Policía Federal en el paso internacional Cardenal Samoré, en Villa La Angostura, Neuquén.
El Jefe de la Unidad Federal Esquel, subcomisario Fernando Svagelj, detalló a Diario Jornada que Interpol Chile entregó a Vargas Nehuén en la frontera y la Policía Federal lo detuvo en territorio argentino.

El jueves 29 de agosto se hizo la audiencia en la que le dieron a conocer formalmente la pena.
“Nos da paz para poder continuar“, dijo Daniela Santillán, sobrina de Ana, a la salida del juzgado en el que, casi cuatro meses después, Vargas Nehuén escuchó al juez condenarlo a prisión perpetua.
“Estamos aliviados. Hace dos años que estábamos peleando para que haya justicia. Yo quería verle la cara y preguntarle por qué me la había quemado, pero fue un alivio no verlo”, dijo Miguel, el padre adoptivo de Ana Calfín, que presenció la audiencia mientras que el imputado escuchó desde una sala contigua.

Según contaron a Clarín, la familia de Ana nunca pudo volver a la casa de la mujer asesinada porque Vargas Nehuén y su familia se quedaron con las llaves de la vivienda que compartían.
Ahora, por orden de la Justicia, deberán restituirles la propiedad.
Una historia repetida
“Me pasó lo mismo que a mi mamá“, fue lo último que dijo Ana Calfín (38) en la ambulancia el 6 de agosto de 2023.
“Anita”, como la llaman sus familiares, tenía quemaduras desde la cabeza y hasta la cintura.

El hombre intentó hacerlo pasar por un accidente doméstico pero, gracias a las últimas palabras de la víctima, y las evidencias presentadas en el juicio, un jurado popular lo consideró culpable del crimen.
Vargas Nehuén mató a su pareja prendiéndola fuego. Lo mismo que había hecho el papá de Ana con su mamá 35 años antes, cuando ella tenía apenas 3.
Damiana Millanguir, la mamá de Alicia y de Ana, fue víctima de violencia de género. La mujer también fue quemada por su pareja y terminó asesinada de una puñalada por el padre de Ana.

Por eso Ana se crió con una hermana mayor, Alicia Colinecul (64), que tiene tres hijos con su marido, Miguel Santillán.
Producto de una relación anterior, Ana también tuvo tres hijos, ahora de 21, 18 y 15 años. Trabajaba en el área de administración del Hospital de Esquel, en Chubut. Hacía un año que estaba en pareja con Miguel Vargas Nehuén. Se había construido una casa en el barrio Lennart Englund, cerca de lo de su familia.
Después de matar a Ana, Vargas Nehuén cumplió la domiciliaria en su casa, sin tobillera electrónica ni custodia policial, a pocas cuadras de la casa de la familia de Ana. Y esa misma casa que la mujer construyó para sus hijos, quedó en sus manos y la familia del hombre todavía no entregó las llaves para devolverla.