La causa en la que se investiga el crimen de Diego Fernández Lima (16) sumó en las últimas horas un nuevo actor. Su hermano menor, Javier, se presentó como querellante. Si bien debe ser formalmente aceptado por el juez en ese rol, no parece haber ningún impedimento en el horizonte.

Javier, que tenía 10 años cuando Diego desapareció (en 1984), es el miembro de la familia que ha asumido en las últimas semanas el contacto con la prensa. Su madre, Irma Lima, a la que todos llaman Pochi, tiene 87 años y la idea de la familia es, sobre todo, preservarla y que pueda hacer su duelo tranquila.

Como querellante, Javier podrá pedir medidas de prueba, interrogar testigos, proponer peritos y oponerse a algún eventual sobreseimiento o archivo de la causa. No podrá, por ejemplo, participar de las declaraciones indagatorias a los imputados como la que el fiscal Martín López Perrando pidió para Cristian Graf (58) en cuyo jardín de su casa de Coghlan el cuerpo de Diego estuvo enterrado 41 años.

“En su momento, efectuamos la denuncia, pero la investigación policial de entonces fue muy pobre: la causa se caratuló como ‘fuga de hogar’, y no se destinaron los suficientes recursos y atención para dar con el paradero de Diego”, dice el escrito presentado por los abogados Hugo Wortman Jofre y Tomas Brady, fundador e integrante -respectivamente- de uno de los estudios mas importantes del país.

La presentación de Javier hace un racconto de las cuatro décadas de búsqueda luego de que Diego saliera de su casa diciendo que iba a lo de un amigo y desapareciera sin dejar rastros.

“Como familia hicimos innumerables actividades tendientes a ubicar a mi hermano, por mencionar algunas: empapelamos calles con afiches caseros, recorrimos hospitales, comisarías y morgues, revisamos las listas de NN en cementerios, recorrimos zonas del conurbano bonaerense y viajamos a otras provincias siguiendo llamados que prometían pistas (desde supuestos avistamientos en balnearios de la costa atlántica hasta versiones que lo ubicaban en terminales de ómnibus o centros juveniles), fuimos a la radio y a la televisión para difundir su foto, y enviamos cartas a programas que ayudaban a buscar personas”, detalla.

El escrito fue presentado por los abogados el miércoles a la tarde y desde la familia esperan que el juez no tarde mucho en aceptarlos como querellantes.

Diego Fernández Lima tenía 16 años cuando se esfumó para siempre la tarde del 26 de julio de 1984 tras salir de su casa, en Villa Urquiza.

Ese día Diego volvió del colegio al mediodía luego de dar una vuelta en su motito, a la que adoraba y que aun hoy la familia conserva. Almorzó con su mamá “Pochi” y luego le pidió plata para el colectivo porque iba a lo de un amigo. Nunca dijo quién era. Salió comiendo una mandarina.

Un conocido que iba en un colectivo lo vio caminando por la vereda a la altura de Monroe y Naón. Le gritó “Gaita”, como le decían en el Club Excursionistas donde se lucía como jugador de futbol y donde el viernes a las 20 se le hará un homenaje.

Fue lo último que supieron de él. Ese punto queda a solo cinco cuadras de la casa de los Graf, en cuyo jardín fueron encontrados sus restos el pasado 20 de mayo, de pura casualidad. Graf había sido compañero de Diego en el ENET 36.

Su papá “Tito” murió el 10 de diciembre de 1991, a los 58 años, cuando iba en bicicleta y un auto lo atropelló en la esquina de la calle Galván y la avenida Congreso, a apenas 11 cuadras de donde casi 34 años más tarde aparecerían los restos de su hijo.

Por una demolición en un terreno lindero a una casona donde -entre 2002 y 2003- vivió el músico Gustavo Cerati, los restos humanos quedaron al descubierto.

Una prueba de ADN estableció que los 150 fragmentos de huesos analizados por el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) eran los del “El Gaita”.

Por qué Diego fue a a la casa de los Graf, quién o quiénes los mataron y el móvil del crimen es lo -mucho- que ahora resta saber.



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